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Estás leyendo parte de la revista de Agosto de 1959
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HAY
VECES QUE UN HOMBRE siente la necesidad imperiosa de estar solo, ya sea
para examinar serenamente su vida o simplemente para liberarse de las mil
trabas que impone la civilización moderna.
Los que conseguirán la perfecta
realización de este anhelo serán los primeros aeronautas del
espacio. Se hallarán sumergidos en el silencio absoluto de lo desconocido.
Desafortunadamente, según aseveran los psicólogos y psiquiatras,
la plena consecución de dicho anhelo constituirá uno de los
más serios inconvenientes que tendrán que sufrir los navegantes
del espacio. Advierten que será necesario informarlos continuamente
acerca de los incidentes y chismes cotidianos de nuestro prosaico mundo.
Esto significa que es esencial que haya
medios efectivos de comunicación a través de las inconmensurables
regiones del espacio. Con tal fin, se están realizando una serie
de experimentos en transmisiones espaciales de radio, radar y televisión.
Es fácil comunicarse con un satélite
artificial. El mundo entero admiró la eficiencia del aparato transmisor
y receptor que llevaba el Atlas, y escuchó asombrado la radiación
del mensaje de Eisenhower que nos llegó desde el espacio. También
se han enviado varias veces señales a la Luna, a partir del año
1946. Las ondas de radio efectuaron el recorrido de ida y vuelta a la velocidad
de la luz (300.000 kilómetros por segundo), y, en total, invirtieron
2,4 segundos. Sea dicho de paso, estos experimentos constituyeron al medio
más exacto de comprobar la distancia que nos separa de la Luna. Basta
multiplicar 1,2 por 300.000 y el producto obtenido es 360.000, la distancia
en kilómetros hasta la Luna. De acuerdo con los psicólogos,
es necesario que cuando los primeros exploradores arriben a la Luna, reciban
de inmediato mensajes-no sólo señales-sobre las minucias de
la vida doméstica, incluyendo las más recientes tunantadas
del primogénito. Hay, pues, que reconocer que el hombre no puede
verse totalmente separado de las delicias del hogar.
¿Podremos comunicarnos con los
aéronautas si viajan a regiones mucho más distantes que la
que existe hasta la Luna? A este respecto, debemos recordar que ya se han
enviado señales de radar a Venus, cuyo retorno se registró
a los cinco minutos (300 segundos) de ser emitidas. Esto significa que en
el viaje de ida invirtieron 150 segundos, y, por lo tanto, que en ese momento
Venus se hallaba a unos 45.000.000 de kilómetros respecto a la Tierra.
Como quiera que la Tierra y Venus giran alrededor del Sol, cuando estos
planetas se encuentran en puntos opuestos de sus órbitas (su máxima
separación) la distancia que media entre ambos es de 256.000.000
de kilómetros; ¿Cuánto tiempo invertiría un
mensaje de un planeta al otro? ¿No habrá el inconveniente
que al entablar una conversación desde la Tierra hasta Venus, las
esperas sean tan dilatadas que al recibir la respuesta del interlocutor,
uno ya se haya olvidado del tópico de la charla? Reduciendo la cuestión
a cifras, si se hace una pregunta a Una persona que está en Venus,
cuando este planeta se halla a 256.000.000 de kilómetros, la mayor
rapidez con que se puede recibir la respuesta es en 14 minutos, lo cual
sólo constituiría una molestia si la telefonista corta la
conexión después de los consabidos tres minutos.
Las señales que se enviaron a
Venus no fueron, en realidad, mensajes, y fue muy difícil identificarlas
por dos razones. En primer lugar, Venus tiene atmósfera, en la cual
se producen, incluso, perturbaciones eléctricas (rayos). Además
de ondas eléctricas, los rayos generan otras similares alas de radio,
las cuales atraviesan el espacio y llegan a la Tierra junto con las señales
que originamos. Es más, muchos otros cuerpos y regiones del espacio
generan e irradian ondas eléctricas que avanzan también hacia
nosotros. El resultado es una serie de interferencias que hacen casi imposible
identificar nuestras propias señales en su retorno a la Tierra.
El secreto de obtener mejores comunicaciones
a Venus y otros mundos aún más lejanos estriba en utilizar
mayor potencia y un sistema de codificación que sea inconfundible.
Una vez conseguido esto, podremos ponernos en contacto con los exploradores
que estén en Venus, y suministrarles noticias sosegadoras sobre las
turbulencias y desazones que son parte de nuestras vidas. |
Fuente: Revista Mecánica Popular - Volumen 25 -
Agosto 1959 - Número 2
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