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Estás leyendo parte de la revista de Octubre de 1956
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HABREMOS algún día de manejar autos impulsados por energía
atómica? ¿Se usarán reactores individuales en lo futuro
para la calefacción y acondicionamiento de aire de casas? ¿Surcaremos
los aires alguna vez en aviones de propulsión atómica?
Son éstas sólo algunas
de las preguntas que se hacen hoy día en relación con el uso
del átomo en tiempos de paz. Pero aunque parezca mentira, las respuestas
dependen de una interrogación más difícil de contestar
aún: ¿podrán los hombres de ciencia descubrir medios
adecuados de protección contra la radiación?
Es muy posible que actualmente puedan
diseñarse aviones y automóviles impulsados por motores atómicos,
así como pequeños reactores para la calefacción y el
acondicionamiento de aire de casas; pero el que verdaderamente lleguen a
construirse para esos fines es algo que se presta a conjeturas.
Charles G. Manly, de la CEA, recientemente
llamó la atención hacia los problemas básicos de los
peligros de la radiación. Hasta 1942, las únicas personas
expuestas a estos peligros eran unos cuantos trabajadores dedicados a aplicar
pintura de radio sobre los cuadrantes de relojes e instrumentos, así
como un pequeño número de físicos nucleares. Súbitamente,
miles de personas comenzaron a trabajar con materiales que liberaban más
radiación que lo que antes se imaginaba.
La radiación de estos materiales
es la plaga invisible de la edad atómica. El costo que representa
el protegerse contra ella es fantástico, lo cual constituye la razón
principal del elevado precio de los reactores nucleares. Manly da un ejemplo
de esto: un laboratorio en que se produzcan estas radiaciones debe disponer
de blindajes de ladrillo de acero y precisaría de bancos de trabajo
mucho más resistentes que los de tipo ordinario; esto, a la vez,
requeriría un piso mucho más sólido, y un piso de este
tipo necesitaría, por fuerza, un cimiento sumamente pesado.
No sólo hay que proteger a los
trabajadores contra el reactor, sino que este último en sí
debe estar perfectamente cubierto a fin de que no despida radiactividad
hacia la atmósfera.
¿Y que sucedería si,
por casualidad,-el reactor no respondiera a los controles y ocurriera una
súbita oleada de fuerza? Recientemente le sucedió un accidente
semejante al reactor experimental en Arco, Idaho. Su núcleo sufrió
considerables daños, dando como resultado que se liberase radiactividad
dentro del edificio.
En pruebas realizadas se ha comprobado
que si un reactor se diseña de manera adecuada, el alza súbita
de fuerza se anulará automáticamente, causando daños
relativamente leves. Sin embargo, como ocurrió en el caso del accidente
en Arco, se liberarían peligrosos materiales radiactivos en el área
inmediata al reactor. Si estas radiaciones escapan a la tierra o al aire,
es imposible controlarlas.
Es por estas razones que el reactor
debe estar perfectamente cerrado, debe existir dentro de su propio mundo
de diminutos confines, un mundo del cual no escaparía nada al exterior,
en caso de ocurrir lo imposible. En el dibujo de abajo aparece un mundo
semejante. Se trata de la idea que tiene un artista acerca de lo que debería
ser una nueva planta de fuerza atómica de 10,000 kilowats, de la
General Electric.
El receptáculo esférico
no permitiría escape alguno hacia la atmósfera.
En el caso muy improbable de que ocurriera un accidente, el desencadenamiento
de fuerza quedaría confinado dentro de la esfera.
¿Y qué tiene esto que
ver con automóviles y aviones y casas con calefacción atómica?
Podría usted colocar un pequeño reactor debajo de su casa
o en su coche; sin embargo, no hay duda de que se gastaría una fortuna
protegiéndose contra la radiación. Aparentemente, no hay manera
de solucionar este problema. Posiblemente lleguen a usarse estaciones centrales
atómicas para calefacción y acondicionamiento de aire de casas,
pero no reactores individuales. Habrán aviones militares atómicos,
ya que el costo de éstos es un factor secundario, pero no aeronaves
comerciales. |
Fuente: Revista Mecánica Popular - Volumen 19 -
Octubre 1956 - Número 4
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