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Genes criminales
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Por Jim Wilson |
¿La maldad viene de
nacimiento? Nos hemos hecho esa pregunta desde los
tiempos de Caín y Abel, pero por fin la ciencia
puede responderla. De hecho, nos tiene un par de respuestas. La primera
de ellas es es “sí”: la
mayoría de los criminales comparten
defectos genéticos. La otra es más
larga y complicada, pero podría llevar a la
erradicación de los crímenes violentos. El debate
en torno a la posibilidad de que el crimen se transmita de
generación a generación se reanimó
cuando investigadores de la Universidad de Wisconsin (UW)
anunciaron que habían encontrado un vínculo
directo entre los genes y el comportamiento.
Ésta, al igual que muchas otras historias relacionadas con
el comportamiento humano. empieza en el cerebro. Cada una de las
decisiones que tomamos, para bien o para mal, ocurre en el
interior de los pequeños espacios que hay entre
las 100 mil millones de células nerviosas que hay
en él. Esas células, llamadas neuronas, no se
tocan entre sí y están separadas por
pequeños huecos, en donde se realiza la sinapsis.
La comunicación se logra por medio de neurotransmisores que
funcionan como llaves que activan a las neuronas. Pero
algunas de esas llaves no se usan, y los investigadores de la
UW creen que en ellas está Ia clave para entender
cómo influyen los genes en el comportamiento
criminal.
Llaves extra
Una enzima llamada monoamina oxidasa A (MAO A) tiene la
misión de destruir la producción excesiva de tres
neurotransmisores -serotonina, dopamina y norepinefrina. La
mayoría de los cerebros produce suficiente MAO A
para cumplir con ese trabajo, pero se ha detectado que los
criminales suelen presentar niveles anormales de serotonina. Incluso
Harm Brunner, director del departamento de genética humana
del Centro Médico de la Universidad St. Radbout, de Holanda,
encontró en 1993 que toda una familia de criminales
padecía de un defecto en el gen encargado de la
producción de MAO A.
Posteriormente, Oliver Cases, del Centro Francés para la
Investigación Científica, estudió el
comportamiento de ratones a los que les sustrajo el gen productor de
MAO A. El resultado fue que los roedores mostraron un comportamiento
impulsivo y valeroso. Se descubrió que en sus cerebros
había niveles de serotonica nueve veces por arriba de lo
normal.
De esta manera, la relación entre genes, química
cerebral y comportamiento criminal quedó establecida. Sin
embargo , tenía un punto débil: la
mayoría de las personas con niveles anormales de MAO A
llevan vidas pacíficas. Tenía que existir un
factor adicional que provocara que alguien con este defecto se
inclinara hacia la delincuencia.
Niñez
accidentada
La respuesta se encontró en una observación que
varios psicólogos hicieron mucho antes de que pensara que la
delincuencia tenia orígenes neuroquímicos: los
presos más violentos habían sufrido abuso
infantil.
Con eso en mente, Terrie Moffitt, una psicóloga de UW,
señalo que el estudio ralizado por su universidad
pretendía descubrir si existe algún genotipo de
MAO A capaz de proteger a niños maltratados para que no
presenten comportamientos antisociales. “Genotipo”
es el término técnico empleado para referirse a
la información hereditaria que sirve como instructivo en la
construcción y operación de las
células .
Para saber si existía tal genotipo, el equipo de Wisconsin
utilizó una base de datos armada en 1972 por investigadores
de la Escuela de Medicina Dunedin, de Nueva Zelanda. Avshalom Caspi,
jefe del proyecto en UW, dispuso que se analizara la
información de 442 individuos con respecto a su genotipo MAO
A y asu historial de abuso infantil, problemas judiciales, violencia y
actitudes antisociales.
El resultado fue sorprendente: sólo 12 por ciento de las
personas que sufrieron maltrato cuando niños
tenían niveles bajo de MAO A, lo cual se repitió
en la mitad de los presos de esa generación que
habían sido encarcelados por crímenes violentos.
“La combinación de maltrato y la
variación genética multiplica por nueve las
probabilidades de convertirse en criminal”. Dice Moffitt. En
contraste, también se detectó que un
superávit de MAO A vuelve a la gente más
resistente a los traumas.
Moffitt afirma que es importante recordar que los bajos niveles de MAO
A no predicen comportamiento antisociales. “Su
relación con la agresión fue significativa
sólo cuando el sujeto havía sufrido maltrato
infantil”, aclaró. El estudio deja algo muy claro:
el dicho de que “la violencia provoca violencia” ya
tiene un halo de verdad científica. |
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Fuente: Revista Mecánica
Popular - Volumen 55 - Diciembre 2002 - Número 12 |
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