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¿Es un Secreto Mejor que una Patente? |
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En la compañía de la Coca-Cola hay sólo
dos hombres que conocen la fórmula secreta de la esencia |
Tanto las grande compañías como las
pequeñas comparten la misma opinión: los competidores pueden
estudiar y copiar patentes, pero los secretos sólo pueden robarlos
aquellos |
Por Víctor Block
Dibujos de Bob Bugg |
TODAS LAS MAÑANAS, el anciano comerciante Avedis Zildjian,
de 80 años de edad, se dirige en automóvil, acompañado
de uno o ambos de sus hijos, hacia un diminuto edificio de ladrillos al
extremo de un camino de tierra en Quincy, Massachusetts, E.U.A. Una vez
en el interior del edificio, echan ellos un vistazo en su derredor para
tener la certeza de que nadie los está observando; luego se dirigen
hacia la gruesa puerta de acero que lleva el siguiente rótulo: "Prohibida
Terminantemente la Entrada."
Al darle vuelta a la llave, la puerta
se abre para revelar a la vista un cuarto de 30 por 30 pies (9,14 x 9,14
m) , lleno de lingotes de estaño y cobre y láminas de plata.
Utilizando dos pequeños hornos, los Zildjian combinan estos metales
para producir, durante un día común y corriente, 400 de los
platillos más melodiosos del mundo, de acuerdo con la opinión
de los músicos.
El secreto que rodea la manufactura
de un producto tan relativamente insignificante como estos platillos tiene
por objeto proteger el método usado por los Zildjian. Data del año
de 1623, cuando un alquimista armenio descubrió un medio de tratar
ciertas aleaciones para producir platillos de extraordinaria calidad. Desde
entonces, el secreto ha sido transmitido a través de generaciones
al varón mayor de la familia. En 1929 fue transmitido a Avedis Zildjian,
quien, en aquel entonces, tenía una tienda de dulces en Quincy. Cierto
día recibió él. este mensaje de un viejo tío
que vivía en Rumanía: "El secreto de los platillos es
tuyo."
La naturaleza secreta del trabajo realizado
por los Zildjian no tiene nada de singular. Numerosas compañías
de gran prestigio, incluyendo uno de los imperios comerciales más
grandes del mundo, basan su éxito en fórmulas o procedimientos
secretos. Los que dirigen los destinos de estas empresas creen que, cuando
llega el momento de proteger un secreto comercial, un candado puede ser
mejor que una patente. En otras palabras, creen que a veces es mejor guardar
un secreto que patentarlo.
¿Sabía usted, por ejemplo,
que el anzuelo que se ata a un sedal se produce en condiciones tan secretas
como las que existen en muchas fábricas de armamentos? La razón
de ello es que, al igual que los platillos de los Zildjian, los anzuelos
no se hallan protegidos por patentes. En vez, se protegen mediante el uso
de procedimientos especiales para efectuar tales tareas aparentemente sencillas
como aplicar la púa, afilar la punta y darle forma al ojal del anzuelo.
Tales compañías como
la Eagle Claw Fishing Tackle y la Pflueger Corporation diseñan y
fabrican su propia maquinaria de producción. Los planos de las máquinas
se conservan en cajas fuertes y ningún empleado no autorizado para
ello puede inspeccionar el equipo en sí de cerca.
La línea de montaje de la Avery
Products Corporation, en Los Angeles, también se halla vedada a los
curiosos. La compañía fabrica una variedad de rótulos
y productos adhesivos que varían desde etiquetas para precios y direcciones
hasta esferas para relojes y adhesivos que emplean en sus vestimentas las
bailarinas que presentan números de desnudismo.
Temeroso de patentar las fórmulas
de sus adhesivos, las cuales le producen 52 millones de dólares al
año, R. Stanton Avery sólo las revela a unos cuantos empleados
de confianza, a fin de impedir que sus competidores las plagien, sin violar
ninguna patente. La Avery Products Corporation hasta se negó a revelar
al autor de este artículo informes sobre los métodos que utiliza
para proteger sus fórmulas. Lo mismo sucedió con la Crane
and Co., de Dalton, Massachusetts, la cual fabrica gran parte del papel
utilizado para los billetes de banco. La compañía emplea un
procedimiento secreto para aplicar hilos de color al papel moneda.
Es probable que sean los fabricantes
de autos de Detroit los que más se esfuerzan por proteger sus secretos.
Bien puede uno comprender por qué se toman tantas molestias cuando
considera que todos los años gastan esas compañías
mil millones de dólares o más en herramientas y cambios de
diseño para sus nuevos modelos de automóviles. Guardas armados
de binóculos, transmisores-receptores de radio y silbatos, patrullan
los techos de las fábricas de automóviles para protegerlas
contra los intrusos. Algunos guardas llevan hasta sierras que utilizan para
amenazar a los fotógrafos que descubren en lo alto de los árboles.
Para confundir a los espías,
las compañías preparan elaborados modelos falsos que hacen
correr continuamente alrededor de las pistas. Los prototipos reales a menudo
se pintan de un color negro mate para limitar la percepción de profundidad
cuando se toman fotografías a la distancia.
En el interior, los cestos de papeles
en las oficinas de los estilistas cuentan con desmenuzadores eléctricos
y su contenido sale por deslizaderos que van a dar directamente a las calderas.
En algunos edificios de la General Motors pueden cambiarse las cerraduras
en cuestión de una sola hora, en caso de que una llave se pierda
o sea robada. El centro técnico de la compañía tiene
un dispositivo que automáticamente cierra las cortinas al escucharse
el primer sonido de un avión o un helicóptero que se aproxima.
Si Detroit es sincero en sus esfuerzos
por proteger sus secretos, también reconoce que, en cierto modo,
el saber lo que está haciendo la competencia constituye parte del
juego. Dice así George Walker, el estilista jefe de la Ford: "Necesita
uno este tipo de información para saber qué es lo que no debe
hacer." Sólo de esta manera, explica él, pueden las compañías
librarse de la equivocación de crear modelos demasiado parecidos
a los de la competencia.
Fuera de Detroit, algunas compañías
no sólo reconocen los esfuerzos por robar sus secretos comerciales
como una norma establecida, sino que basan su publicidad en el carácter
secreto de sus operaciones. Varios importantes fabricantes de licores y
otras bebidas, por ejemplo, no ocultan el hecho de que sus productos provienen
de fórmulas secretas. El secreto del licor Drambuie radica en el
cerebro de la señora Gena MacKinnon, propietaria y gerente de la
compañía. También guarda ella una copia de la fórmula
del Drambuie en una caja fuerte de un banco de Edinburgo, Escocia. La señora
MacKinnon se enteró de la fórmula del licor de boca de su
difunto marido, cuando realizaron su viaje de luna de miel; pero su hija
y su hijo, el cual actúa como presidente de la firma, no se enterarán
del secreto sino hasta después de la muerte de su madre.
Los anuncios de otro licor, el
Chartreuse, y del vermouth Tribuno también se basan en el hecho de
que sus recetas son conocidas por una sola persona. En el caso del Chartreuse,
es un solo monje de la orden de los Cartujos, cerca de Grenoble, Francia,
el que conoce la fórmula. Los monjes han guardado en secreto esta
receta durante más de 400 años. Los anuncios del vermouth
Tribuno incluyen una foto de John L. Tribuno y proclaman lo siguiente: "Hay
un solo hombre que conoce el secreto Tribuno -y lo guarda bajo su sombrero."
La fórmula para las Gotas Aromáticas
de Angostura, preparadas por primera vez hace 45 años como remedio
para los dolores de estómago, es conocida por sólo tres personas,
incluyendo el biznieto del inventor. Se turnan para la preparación
de la mezcla, a fin de vigilarse el uno al otro y asegurar así la
exactitud de la fórmula. También se niegan a viajar juntos,
a fin de reducir a un mínimo el riesgo de que todos mueran al mismo
tiempo. Como precaución adicional, la compañía guarda
una copia de la fórmula en una caja fuerte de un banco.
La compañía Coca-Cola
ha creado su inmenso imperio a base de una fórmula conocida por sólo
dos hombres que periódicamente se retiran a un laboratorio bajo llave
para mezclar grandes cantidades de la esencia secreta, llamada 7-X. Las
proporciones exactas de la fórmula no han podido ser analizadas con
exactitud, aun empleando tales modernos métodos como la cromatografía
y los análisis de espectros con luces infrarrojas.
Iguales medidas de seguridad toma uno
de los principales fabricantes de perfumes del mundo, con objeto de guardar
en secreto las miles de fórmulas que ha estado usando a través
de más de medio siglo. Después de crearse cada fórmula,
se escribe ésta en una tarjeta que se archiva dentro de una caja
de hormigón y acero a prueba de incendios en las oficinas centrales
de la compañía. En caso de que ocurra algún ataque
nuclear u otro desastre natural, se guardan duplicados de la fórmula
dentro de una caja fuerte enterrada en las entrañas de una montaña
a 160 kilómetros del edificio principal de la compañía.
Otra firma que toma medidas extremas
para proteger sus secretos es la E.I. du Pont de Nemours, la cual considera
que el procedimiento de manufactura del nilón debe guardarse en secreto,
aunque se conozca la tecnología básica de su elaboración.
La clave que permite sacar provecho económico de la explotación
comercial de la fibra radica en medidas especiales que ahorran tiempo y
aumentan la producción. Son estos conocimientos los que protege la
Dupont con tales medidas como la construcción de su propia maquinaria
para ciertos pasos vitales de la manufactura del nilón. También
obliga a sus empleados y a sus vendedores a que firmen acuerdos en que se
comprometen a no divulgar "información confidencial" de
la compañía a otras personas.
La Du Pont también ha tomado
precauciones similares en relación con otra fibra sintética,
el Qiana, con la cual se produce un tejido parecido a la seda que no requiere
plancharse después del lavado. El Qiana, desarrollado a través
de los últimos 20 años a un costo de 75 millones de dólares
( el desarrollo del nilón costó 27 millones de dólares)
, ha sido conocido a través de los años con el nombre de "fibra
Y". Se les prohibió a los químicos y científicos
relacionados con su desarrollo que discutieran pormenores de la nueva fibra
con otras personas ajenas a la organización o hasta con otros empleados
de la Du Pont. Combinando la publicidad con la precaución, la Du
Pont presentó el Qiana en 1968, rodeando de guardas armados a las
modelos que exhibían prendas de vestir hechas del nuevo tejido, para
impedir que un espía industrial se llevara una muestra del tejido.
Una compañía del Medio
Oeste de los Estados Unidos dedicada a la manufactura de aleaciones especiales
para la industria de la aviación ni siquiera permite que se mencione
su nombre, debido a que sus aleaciones se formulan de acuerdo con un procedimiento
secreto.
El costo y los problemas que originan
tales precauciones podrían hacer que uno se preguntara por qué
una compañía puede considerar que un candado sea mejor que
una patente. Si un secreto comercial es tan valioso, ¿por qué
no aprovechar la protección ofrecida por el gobierno cuando otorga
una patente?
En primer lugar, la obtención
de una patente toma varios años. La compañía Du Pont
verificó que hasta podría tomar mucho más tiempo. En
el año de 1952, la Dupont solicitó una patente para proteger
un tratamiento especial de la película de plástico con objeto
de poder efectuar impresiones sobre ella. En menos de tres años,
otras 11 compañías solicitaron patentes para productos semejantes.
No fue hasta 1966, después de una serie de investigaciones de la
oficina de Patentes de los Estados Unidos, que finalmente se le otorgó
la patente a la Du Pont.
Aun cuando se le otorgue una patente
a una compañía, esto no significa que la compañía
ya no tiene que preocuparse de nada. Aunque una patente ofrece una protección
durante 17 años, constituye un documento público al alcance
de cualquiera que desee verlo. Si alguien desea hacerlo, puede solicitar
una patente y variar sólo ciertos detalles del invento original para
crear un producto semejante, sin riesgo de que lo acusen de una infracción.
Aunque cualquiera pensaría que
hay reglamentos que protegen contra tales subterfugios, se trata de algo
enteramente legal. De hecho, una de las razones principales por las cuales
las patentes se dan a conocer al público es que las autoridades desean
que se les dé a los nuevos inventos la mayor aplicación posible
y que se sometan éstos a todas las mejoras y cambios posibles.
En caso de un juicio legal, los favorecidos
casi siempre son los infractores. Otro experto declara que, de cada cuatro
personas o firmas que demanden a otros por infracciones de sus patentes,
gana sólo una de ellas. Aun cuando una compañía gane
un juicio relacionado con una patente, sus gastos pueden ser sumamente elevados.
Cierta firma que ganó un juicio relacionado con la patente de un
aparato electrónico utilizado para determinar la posición
de buques que realizan exploraciones petrolíferas en el mar, gastó
más de 100.000 US dólares en abogados durante el litigio de
tres años de duración. Marvin Glass, importante diseñador
de juguetes, declara que paga a un abogado 75.000 dólares al año
sólo para presentar demandas contra infracciones de sus patentes.
Por otra parte, una compañía
que decide guardar sus secretos -y logra hacerlo -puede disfrutar de su
monopolio indefinidamente. Si tiene que acudir a una corte judicial para
proteger su secreto, las probabilidades de que gane son mucho mayores que
en un caso de demanda por infracción de una patente. De acuerdo con
cierto importante abogado de Nueva York, es diez veces más difícil
proteger a un cliente contra una acusación de robo de un secreto
comercial que de una acusación de infracción de una patente.
Pero los inventos no patentados dan
lugar a lo que se conoce como el espionaje industrial. Los expertos en seguridad
de las agencias particulares y gubernamentales calculan que la industria
norteamericana pierde todos los años unos 2000 millones de dólares,
por lo menos, en secretos robados, incluyendo muchas ideas y artefactos
no patentados. Cierta compañía norteamericana, por ejemplo,
perdió millones de dólares cuando tres de sus ingenieros que
pasaron años desarrollando un procedimiento especial de desalinación
del agua del mar dejaron sus empleos para dirigirse a otra nación.
En otro caso, un espía industrial
engañó a los guardas de una fábrica del Medio Oeste
a altas horas de cierta noche, diciendo que era policía y que había
visto una linterna en el techo del edificio. Cuando partió, llevaba
en su bolsillo una muestra de un husillo especial no patentado para una
máquina de coser. Un cliente del ladrón quería ese
husillo para copiar su diseño.
Tuvo más fortuna la Time-O-Matic
Company, cuyo producto de mayor venta, un ruptor de circuito automático
utilizado en letreros luminosos, no resultaba lo suficiente original para
ser patentado, aunque era lo suficiente novedoso en cuanto a diseño
para constituir un secreto de la compañía. Sabiendo que, por
carecer de una patente, cualquiera podía fabricar la unidad, dos
empleados de confianza que tenían acceso a los planos de la unidad
demoraron un año entero aprendiéndose de memoria cada línea
de los dibujos.
Pero, gracias a una demanda judicial
presentada por la Time-O-Mlltic, el juez prohibió a los infieles
empleados fabricar el ruptor de circuito, alegando que el mero hecho de
llevarse una imagen mental constituía una violación de un
secreto. Cuando un candado deja de ser más eficaz que una patente,
tales medidas como la tomada por este juez animan a los que aseguran que
es mejor guardar un secreto que patentarlo. |
Fuente: Revista Mecánica Popular - Volumen 46 - Febrero
1970 - Número 2 |
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