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Estás leyendo parte de la revista de Septiembre de 1961
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William
R. Anderson, capitán de la Marina de los Estados Unidos, sirvió
en el cuerpo de submarinos de este país la mayor parte de su vida
adulta, incluyendo la Segunda Guerra Mundial y el conflicto de Corea. Tiene
40 años de edad y es autor del libro Nautilus 90 North |
El Momento Culminante |
EN EL DECURSO DE 1100 millas náuticas hacia el Norte, partiendo
de Point Barrow, Alaska, el Nautilus cubrió una ruta que ningún
ser humano había recorrido hasta entonces. Navegando profundamente
sumergidos bajo la gran capa de hielo ártica, habíamos visto
las extraordinarias características de un inexplorado océano
que se dilataba ante nosotros: una meseta submarina hasta entonces ignorada,
tan extensa como el estado de Connecticut; una inesperada cordillera de
montañas increíblemente fragosas y muchas otras maravillas.
Había pasado larguísimas horas ante el periscopio y ante la
proyectada televisión, totalmente fascinado por la imponente belleza
de nuestro firmamento de hielo, mientras los exactos y precisos ojos del
moderno sonar perfilaban por vez primera sus justos delineamientos.
Durante siglos y siglos, los hombres de mar habían avizorado el sueño
de navegar por las procelosas rutas del Polo Norte, y en aquellos instantes
del domingo 3 de agosto del año 1958, merced a la energía
atómica, a la capacidad técnica norteamericana ya la mejor
tripulación de submarinos del mundo, por vez primera en la historia
de la humanidad un instrumental especial puntualizaba sonoramente las últimas
yardas que separaban a la nave de su objetivo. A través de toda la
tripulación, una brigada de 115 hombres, se fue extendiendo una reacción
en cadena de emoción y excitación, ya fuer de sincero debo
admitir que también su comandante sintió que era un hecho
fantástico lo que estaba aconteciendo: un buque sumergible, de 4000
toneladas, había navegado hasta el extremo superior del mundo. Inicié
la cuenta:
"Diez, nueve..."
Me acordé de los primeros exploradores que habían procurado
llegar a la meta sobre la inmensurable extensión de los hielos; en
busca del objetivo habían soportado increíbles sufrimientos
y durezas; se contaba en casi dos centenares el número de los héroes
del Ártico que perdieran sus vidas sobre las gélidas extensiones
que nos cubrían. Tan sólo Robert Peary y un grupo de cinco
hombres habían logrado ver satisfechos sus afanes y sus denodados
esfuerzos.
". ..ocho, ...siete, ...seis, ...cinco..."
Expresé mi gratitud a Dios, que nos guiara tan fielmente.
". ..cuatro, ...tres..."
Con inmenso orgullo pensé cuánto me complacía que fueran
una nave y una tripulación de los Estados Unidos, las primeras que
llegaran a la conquista del Polo. Con el lanzamiento del Sputnik I, Rusia
obtuvo la primera victoria en el espacio exterior; ahora, estábamos
ante una victoria norteamericana en el espacio interior, obtenida en el
patio trasero del Soviet.
"...dos,...uno..."
Las estaciones de control informaban sobre los datos registrados: profundidad,
13.410 pies; temperatura del agua, 32.4 grados F.; calado del hielo superior,
25 pies.
"... ¡Límite!"
"Por los Estados Unidos, por la Armada Norteamericana, ¡el Polo
Norte!" |
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Fuente: Revista Mecánica Popular - Volumen 29 -
Septiembre 1961 - Número 3
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