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William
Beebe, hombre de ciencias y prolífico autor, ha recorrido el mundo
entero estudiando la Naturaleza. También ha descendido a una profundidad
de 923 metros bajo el nivel del mar en la famosa Batiesfera. Ahora, es director
de la sección de ornitología de la Sociedad Zoológica
de Nueva York |
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El Momento Culminante |
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EL TERMINO CULMINANTE es sumamente singular. Como interesante
o emocionante, no tiene una verdadera definición o, por otra parte,
puede tener un sinnúmero de sinónimos. Por ejemplo, fue muy
emocionante para mí ese momento en que, después de resbalar
por una empinada pendiente en las Himalayas y mientras me hallaba tendido
en el suelo, sentí algo que lentamente se retorcía entre mis
dedos y en que luego vi una enorme serpiente cobra apartándose de
mí, en medio del polvo. y fue también un momento emocionante
cuando observé la entrada de agua en la Batiesfera durante nuestro
primer descenso. Pero ésos sólo fueron momentos emocionantes;
ninguno de ellos merece el calificativo de culminante. Prefiero
escoger un término diferente, uno cuyos sinónimos son sorprendente,
desconcertante, asombroso, extraordinario, pero que contenga al mismo tiempo
cierto elemento de lo desconocido. El
momento a que aludo ocurrió cuando apenas contaba yo unos catorce
años de edad. Me hallaba poseído de un enorme temor de hablar
en público. Era muy fácil lo que. tenía que hacer:
subir seis escalones hasta el escenario, saludar al director con un ligero
movimiento de la cabeza y recitar en voz trémula y con la ayuda de
mi maestra de oratoria toda una sarta de palabras que no encerraban significado
alguno para mí. Por semanas enteras estuve grandemente preocupado.
Casi no podía dormir. Un día, mi maestro de ciencias me dijo
que dejara de pensar en el asunto hasta que me dijera él cuándo.
Esto sólo contribuyó a aumentar mi preocupación; sin
embargo, decidí obedecerlo. El día que me tocó presentarme
ante los otros estudiantes de mi colegio, me pidió él que
hablara sobre lo que había hecho en las orillas de Fundy, durante
mi reciente viaje a Nueva Escocia. Subí al escenario y me vi transportado
a un mundo enteramente diferente. Hablé y hablé hasta que
el director me tocó el hombro para decirme que ya era suficiente,
que ya había hablado durante más de diez minutos.
Desde ese día, jamás he
sentido ningún temor al presentarme cientos de veces ante el público,
ni jamás he preparado una conferencia. Cada vez que hablo ante el
público, me siento transportado a otro mundo; es posible que sea
mi subconsciente el que resalta en estos momentos. Sea lo que sea, me parece
que son dos personas las que están actuando al mismo tiempo; la una
proyecta lo que yo quiero escribir cuando regrese al hotel después
de la conferencia, mientras la otra persona dirige la palabra al público.
Muchas han sido las ocasiones en que le he dicho a alguien después
de la conferencia que hubiera querido mencionar un incidente en especial,
y la respuesta ha sido que sí lo hice y en forma muy detallada. Aplicando
un método algo difícil de comprender puedo hacer que otros
compartan el placer de mis descubrimientos sin mucho esfuerzo de mi parte.
Es algo sumamente curioso, y el
temor ese tan grande que sufrí durante mi adolescencia todavía
constituye una experiencia tan vívida, tan fresca en mi memoria que
su eliminación continúa siendo el acontecimiento más
sorprendente de mi vida, tal vez mi momento culminante. |
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Fuente: Revista Mecánica Popular - Volumen 29 -
Julio 1961 - Número 1
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