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Krafft
A. Ehricke ayudó a desarrollar el proyectil balístico alemán
V-2 durante la Segunda Guerra Mundial. En 1954, se hizo ciudadano de los
Estados Unidos, después de servir en el programa de desarrollo de
proyectiles dirigidos de dicho país. Actualmente, es director del
programa de vehículos siderales Centaur, de la General Dynamics Corp. |
El Momento Culminante |
ES EL HOMBRE UNA CRIATURA pluridimensional,
a un mismo tiempo favorecido y menoscabado con una existencia que se extiende
tanto en el reino material como en el reino espiritual. De este dúplice
enfrentamiento obtiene un don de sensibilidad superior al que poseen los
demás seres vivientes que conocemos. No obstante ser ello así,
un examen crítico de la sobresaturada vida de excitación que
hoy conducimos, nos demostrará palmariamente que son pocos los momentos
de emoción dotados de genuina importancia y de real trascendencia,
en la vida de cada uno. Si
amplío ese "momento" hasta cubrir varios meses, siempre
breve espacio en toda una vida, puedo entonces discurrir sobre lo que considero
mi momento culminante, a saber: el breve período de mi juventud en
que obtuve el sentido de una misión para mi vida. Junto a la vida
misma es ése el don más precioso que se puede recibir. Es
el nacimiento espirítual que sigue al material; la sensación
electrificante de haber tocado el privilegio de ampliar las fronteras humanas
un breve trecho. Me aconteció con fuerza inesperada en 1929-30 en
mi duodécimo año de vida.
La secuencia de los hechos conducentes al cambio, fue simple. Estando en
mi ciudad natal, Berlín, asistí al estreno mundial del profético
film de fantaciencia: "Una Niña en la Luna." El Profesor
Oberth, uno de los verdaderamente extraordinarios pioneros de los vuelos
especiales, colaboró en ella como asesor científico. En la
Navidad de 1929, recibí mis primeros libros sobre astronomía
y vuelo espacial, y recibí también un pequeño telescopio
astronómico. Con esos elementos y con el ánimo dispuesto,
amplióse mi visión. Hacer que mi mente penetrara en las simas
del espacio, desde la superficie selénica hasta las remotas galaxias,
fue una maravillosa experiencia primera. Se abrió a mi mente el potencial
grandioso de la humanidad señora del espacio, y por intuición
sentí en un comienzo que la edad técnica, en la que me tocara
nacer, sería capaz de cristalizar ese sueño. Antes de que
el año 1933 llegara a su término, decidía yo firmemente
consagrar mi vida a la misión de procurar que el ser humano expandiera
su alcance hasta las regiones espaciales.
Rememoro ese episodio con una intensa sensación de humildad, y de
deber. En los sucesivos años fue esa decisión la guía
de mi trabajo; la inspiradora de una fe firme en el destino cósmico
del hombre, y me brindó las armas para persistir en la demanda y
superar las adversidades personales opuestas al objetivo. Los años
se ampliaron a décadas, pero ese momento permanece constantemente
en mí, y se niega a transformarse en un pasado remoto envuelto en
las nieblas de los años pretéritos que se han vivido ya.
Si hacemos un análisis
de las emociones que hemos vivido, ¿qué cosa puede haber más
excitante que aquel conocimiento de sí mismo que ha obtenido al transformarse
en carne propia la poderosa convicción de que se tiene ya una misión
a cumplir en la vida? Puedo
asegurar al lector, sin temor de equivocarme, que en todo el decurso de
su vida no experimentará tan serenamente y con tan legítimo
orgullo la sensación de ser el amo y señor de su propio destino,
como en aquel sensible momento, en aquel conjunto de convicciones y circunstancias
en el cual se entregue y consagre su vida a la causa de trabajar al servicio
de un ideal que posea dimensiones superiores a las de sí mismo. |
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Fuente: Revista Mecánica Popular - Volumen 28 -
Junio 1961 - Número 6
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