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Stanley Hiller, Jr., de treinta y seis añas de edad, es una de los zapadores
de la industria del helicóptero. En 1944, construyó y puso
en vuelo el primer helicóptero norteamericano impulsado por dos aspas
de rotación opuesta. Es presidente de la Hiller |
El Momento Culminante |
Por Stanley Hiller, Jr. |
DURANTE los primeros días del helicóptero,
hubo muchos momentos de intensa emoción, y como no podíamos
darnos el lujo de emplear a un piloto de pruebas, muchos de esos momentos
fueron míos en una manera muy personal. Iniciamos las actividades
a principios del decenio de 1940, pero nuestro trabajo tenía toda
la incertidumbre de la era de los hermanos Wright, cuyas labores se llevaban
a cabo frecuentemente en garajes escondidos, como el nuestro en Berkeley,
California.
Los primeros vuelos de prueba no siempre eran motivos de satisfacción
y, a pesar de que muchos de ellos terminaron en júbilo, unos cuantos
finalizaron abruptamente, en medio del estrépito de aspas torcidas
y transmisiones desbaratadas.
Pero esos primeros vuelos (y accidentes) no constituyen mis recuerdos más
vívidos. Hubo una llamada telefónica una noche de 1951 que
pareció ser el momento culminante de todos. Nuestro pequeño
grupo de técnicos había estado experimentando durante casi
10 años, y por fin había acumulado la pericia y los conocimientos
necesarios para producir nuestro primer helicóptero civil, el Hiller
360, Sin embargo, sabíamos que no podríamos alcanzar el progreso
técnico necesario para permanecer activos, a no ser que las fuerzas
armadas aceptaran el concepto del vuelo vertical y nos ayudaran a ponerlo
en práctica.
Había yo invertido muchos cientos de horas volando en aviones entre
nuestra modesta fábrica en Palo Alto, California, y la ciudad de
Washington, D,C., donde toqué a las puertas de numerosas autoridades
militares para tratar de convencerlas del potencial que encerraba el helicóptero.
Poco fue el éxito que tuvimos. No habían sido convincentes
las evaluaciones que de esa nave aérea se hicieron después
de finalizar la Segunda Guerra Mundial, y algunas autoridades manifestaron
de manera categórica que los helicópteros, con sus debilidades
innatas, jamás podrían convertirse en vehículos militares
prácticos.
Esa noche de 1951, había regresado a mi cuarto del hotel en Washington,
cansado de recorrer los corredores del Pentágono, y pensaba acostarme
temprano, Sonó el teléfono y oí la voz de un buen amigo
militar que había seguido de cerca la campaña que estábamos
llevando acabo para convencer al Ejército, la Marina y la Fuerza
Aérea, Todo lo que tuvo que decirme fue: "Stanley, creo que
lo lograste." Fue ése el momento culminante de mi vida.
Todavía quedaban por delante numerosas negociaciones y reevaluaciones,
y en los 10 años siguientes pasamos por otros períodos críticos
en nuestro desarrollo. Pero desde ese momento, comenzó en gran escala
la integración de nuestra nave aérea en el servicio militar.
Desde ese momento quedé convencido, por primera vez, de que tanto
nosotros como la industria del helicóptero habían sentado
sus reales definitivamente. |
Fuente: Revista Mecánica Popular - Volumen 28 -
Mayo 1961 - Número 5
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