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El capitán Edward V. Rickenbacker se ha distinguido
tanto en el campo de la aviación como en el del automovilismo. Antes
de la Primera Guerra, llevó a cabo trabajos experimentales con automóviles
y participó en carreras. Durante la Guerra, se hizo famoso en combates
aéreos, y derribó 22 aeroplanos enemigos. Posteriormente,
fabricó automóviles, tomó parte en las competencias
de Indianápolis, e ingresó en el campo de la aviación
comercial. Ocupa ahora el puesto de Presidente del Directorio de la Eastern
Air lines. |
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EN OCASION DE UN VIAJE a través del Pacifico
- durante la Segunda Guerra Mundial --, en cumplimiento de una misión
delegada por el Ministro de Guerra, se le agotó la gasolina a nuestro
aeroplano, y caímos al mar.
Por más de tres semanas, mis compañeros y yo estuvimos a merced
de las olas. Carecíamos de agua y comida, y nada nos protegía
de las inclemencias del sol abrasador ni de la corrosiva agua del mar. Ya
había muerto uno de los ocho que formábamos el infortunado
grupo. Después de 24 horas, nuestras tres balsas se habían
separado.
Fue en el atardecer del vigésimo tercer día cuando divisamos
dos aviones que se aproximaban. Nos sentimos frenéticos de alborozo
ante la perspectiva de ser al fin salvados. Agité mi viejo sombrero
desesperadamente; pero los aviones, que volaban tan sólo a unos cuantos
metros sobre el agua, pasaron a unos tres kilómetros de la balsa,
y desaparecieron en el poniente, donde el sol ya empezaba a ocultarse.
Poco después, sentimos otra vez el maravilloso y ansiado rugido de
motores; pero más cerca que la vez anterior. ¡Eran los mismos
aviones! Uno de ellos siguió adelante, mientras el otro descendió
bruscamente, pasando por encima mismo de la balsa. Comenzamos a gritar como
locos. El avión se hallaba tan bajo que pude ver la expresión
en la cara del piloto. Sonreía y nos hacía senas con la mano.
Una vez recobrada su posición horizontal, el aeroplano amaró
cuidadosamente en las obscuras aguas del océano. Después de
deslizarse por algunos metros, el piloto apagó el motor. Sin esperar
un momento más, me acerqué remando y me aferré al pontón.
El radiotelegrafista descendió para ayudarme, y el piloto unió
su esfuerzo. Recuerdo que advertí lo apuestos y nobles que eran,
y lo orgulloso que me sentí de ser su compatriota.
El piloto, el ya desaparecido teniente W. F. Eadie, de Evanston, Il1inois,
y el radiotelegrafista, L. H. Boutte, de Abbeville, Louisiana, levantaron
hasta la cabina a Hans Adamson que tenía la espalda lastimada. Como
quiera que en el avión sólo había espacio para un pasajero,
no me cabía la menor duda de que John Bartek y yo tendríamos
Que quedarnos en la balsa; pero el piloto dijo con naturalidad: "Capitán
Eddie, ustedes también se vienen con nosotros". Eché
una mirada a la cabina y repliqué: "¿Dónde?"
El sonrió y contestó: "Sobre las alas".
Pronto recibimos la gran noticia de que la tarde anterior habían
recogido a nuestros compañeros .Cuando al fin alcanzamos el bote
PT de la Marina, el primer pensamiento que acudió a mi mente, al
posar mis pies sobre la cubierta de un barco de los EE .UU. , es que eso
era lo que más se acercaba al placer de hallarme de regreso en la
patria.
Todo lo que pudimos decir es "Esto es la gloria" ..."Gracias
a Dios" y "Bendita sea la Marina". |
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Fuente: Revista Mecánica Popular - Volumen 29 -
Febrero 1961 - Número 2
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